Características clínicas

Los síntomas de los queloides incluyen picor, quemazón o dolor en la zona. Una gran proporción de queloides no son sintomáticos. En raras ocasiones, un queloide grave puede afectar a la amplitud de movimiento de las articulaciones. La principal queja de los queloides es su aspecto antiestético, que en ocasiones puede impedir la interacción social y desencadenar un estado de ánimo decaído y una baja autoestima. Es posible que el paciente recuerde traumatismos previos evidentes en la zona, por lo que debe indagarse sobre otras posibles etiologías, como inmunizaciones e infecciones recientes.

Puede haber antecedentes familiares de formación de queloides.

La historia natural puede ser útil para el diagnóstico. Una vez establecida, suele producirse el clásico crecimiento lento pero incesante durante meses o años. Tras un curso prolongado, suele producirse una meseta en el ritmo de expansión. En el caso de los queloides maduros, suele haber una historia de múltiples intentos de tratamiento con escasos beneficios, o sólo a corto plazo.

Los signos de una cicatriz queloide son el crecimiento excesivo de una cicatriz que se extiende en el tejido más allá de los límites de la lesión original. Se eleva por encima de la piel circundante y su textura suele ser de firme a dura. La forma de un queloide puede variar de redonda (normalmente en los lóbulos de las orejas) a rectangular; puede haber excrecencias en forma de garra en la piel circundante. Los queloides pueden llegar a ser pediculados. En la fase inicial, activa, la cicatriz suele ser de color escarlata o rojo brillante, pero con la maduración se vuelve más pálida. Normalmente, no hay vello en la superficie.

Los queloides tienen predilección por zonas corporales específicas, como las mejillas, los lóbulos de las orejas, la piel preesternal, la parte superior del tórax, incluidos los deltoides, y las extremidades superiores.