El flujo sanguíneo renal representa hasta una cuarta parte del gasto cardíaco total. El 90% de éste se dirige a la corteza. La estimulación simpática provoca una reducción del flujo sanguíneo renal. Se produce un aumento del flujo sanguíneo con la policitemia y una reducción con la anemia, manteniendo así un flujo plasmático constante, lo que contrasta con la situación de la mayoría de los tejidos. El flujo sanguíneo a los riñones permanece constante mediante autorregulación en un rango de presión arterial de 90 - 200 mm Hg.
Las arterias renales se bifurcan muchas veces para dar lugar a una serie de arterias terminales. Como consecuencia, el riñón es vulnerable a la isquemia si se ocluye cualquier rama de la arteria renal.
La hipotensión puede dañar los riñones. La perfusión de la médula renal es escasa en la persona sana, por lo que una pequeña interferencia conduce rápidamente a la necrosis medular.
Por el contrario, el daño renal hipertensivo suele ser más grave en la corteza mejor perfundida.
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