Durante cuatro décadas, los esfuerzos por comprender la patogénesis de la enfermedad de Parkinson se han centrado en la detección de neurotoxinas ambientales que pudieran explicar la degeneración de la sustancia negra. Ha surgido un interés particular desde la descripción del parkinsonismo tras la administración de N-metil-4-fenil- 1,2,3,6-tetrahidropiridina (MPTP), una droga de abuso, por parte de jóvenes (1).
Se ha demostrado que la exposición a determinadas sustancias químicas, por ejemplo organoclorados y fosfatos alquilados, es un factor de riesgo para la enfermedad de Parkinson (1), pero la mayoría de los casos de enfermedad de Parkinson siguen siendo inexplicables sobre la base de una causalidad ambiental.
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