El oído externo recoge el sonido y lo dirige hacia la membrana timpánica. Está revestido de piel y formado por el pabellón auricular cartilaginoso y un conducto, el meato auditivo externo.
El conducto auditivo mide 2-3 cm en los adultos y la parte externa está curvada hacia abajo, lo que obliga a tirar del pabellón auricular hacia arriba y hacia fuera durante el examen. El tercio externo es cartilaginoso; los dos tercios internos, óseos. En los niños, el conducto es más corto y relativamente recto.
La parte ósea interna del conducto está recubierta por un epitelio escamoso estratificado altamente especializado que carece de células ciliadas y no se descama. Esta piel presenta la propiedad única de migración lateral, un proceso activo que comienza en la membrana timpánica y que sirve para mantener el conducto auditivo limpio y en condiciones óptimas para la conducción del aire. La piel migra a unos 100 micrómetros al día.
Los intentos de los pacientes de limpiar el oído con bastoncillos de algodón sólo sirven para frustrar este proceso natural.
La piel que recubre la parte cartilaginosa del conducto es similar a la del resto del cuerpo. Contiene glándulas sebáceas y ceruminosas que, juntas, producen cera. La cera es aceitosa y sirve para evitar que la suciedad y el polvo entren en el oído. Como esta parte del conducto auditivo sólo contiene folículos pilosos, es el lugar donde pueden aparecer forúnculos.
Los ganglios linfáticos que drenan el oído externo son los retroauriculares, parotídeos, retrofaríngeos y cervicales superiores profundos. El agrandamiento de estos ganglios puede deberse a una infección o a una neoplasia en el oído externo.
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