Como intervención no farmacológica en el tratamiento de la hipertensión, se recomienda una ingesta de sodio en la dieta inferior a 6 g diarios (1). Esto puede conseguirse no añadiendo sal a los alimentos cuando se cocinan o en la mesa, y evitando los alimentos precocinados y los aperitivos con alto contenido en sal.
Si se reduce la ingesta de sodio de 10 g diarios a 5 g diarios, cabe esperar una reducción media de la presión arterial de entre 3 y 5 mmHg. La restricción de sodio en la dieta también puede aumentar la eficacia de ciertas clases de agentes antihipertensivos, especialmente los inhibidores de la ECA y probablemente los betabloqueantes. El objetivo óptimo debería ser de ≤1,5 g/día, ya que el uso de sustitutos de la sal ha demostrado efectos protectores de la PA frente a los principales episodios cardiovasculares y la mortalidad (2,3).
Hay que advertir a las personas que sigan una dieta baja en sodio de que los alimentos parecerán tener un sabor menos intenso durante unas 4-6 semanas; sin embargo, después de este periodo, su sentido del gusto se reajustará y empezarán a saborear los alimentos de nuevo (2).
Referencias:
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