Los pacientes con un buen pronóstico (véanse los indicadores pronósticos) que están respondiendo bien al tratamiento deberían poder abandonar el hospital en un plazo de 2-4 semanas, y se les debería animar a volver a una vida normal lo antes posible. A menos que existan pruebas de una enfermedad recidivante previa u otros factores de riesgo crónicos, la medicación puede reducirse y suspenderse de forma cautelosa en régimen ambulatorio durante los dos meses siguientes, pero en vista de la incertidumbre del pronóstico, alguien, quizás el médico de cabecera, debe estar alerta ante el riesgo de recaída.
Los pacientes con mal pronóstico necesitan una evaluación completa y planes de seguimiento y tratamiento continuados.
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