La epilepsia no es una enfermedad única, sino un amplio grupo de trastornos muy heterogéneos que tienen en común una predisposición anormalmente aumentada a sufrir crisis (1).
La epilepsia debe considerarse como un síntoma causado por un trastorno neurológico subyacente y no como una entidad patológica única (2).
Se trata de un diagnóstico que, lamentable e innecesariamente, conlleva implicaciones físicas, psicosociales y económicas para el paciente. Como tal, no debe aplicarse sin una consideración exhaustiva.
Hay que tener en cuenta que existe una confusión entre los términos epilepsia y crisis, y que a menudo se utilizan indistintamente. A esta confusión no contribuye el término estado epiléptico, que no tiene por qué tener nada que ver con la epilepsia. Aquí se separan ambos términos.
La mortalidad de las personas epilépticas es superior a la de la población general (4).
En un estudio realizado en el Reino Unido (4), el número de muertes en la base de datos aumentó un 69% entre el primer y el último año del estudio (2014 comparado con 2004).
El estudio UK Biobank (n=329.432; 2699 con epilepsia) descubrió que los pacientes con epilepsia tenían un mayor riesgo de arritmias cardiacas (HR 1,36; 95% CI 1,21-1,53), fibrilación auricular (FA) (1,26) y otras arritmias cardiacas (1,56) especialmente en aquellos que usaban carbamazepina y ácido valproico frente a los pacientes sin epilepsia (5).
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